02) Emociones reprimidas al máximo – Testimonio de Martina, lesbiana liberada.

Cuando entré a la secundaria me cambiaron a un colegio de mujeres. La gran mayoría de mis compañeras eran chicas de situación económica muy buena, de la clase alta. Chicas muy producidas, muy lindas, y yo una adolecente casi nula, cero personalidad, sin ganas de vivir. Un día en el recreo, un grupo de ellas conversaba sobre las lesbianas. Se referían muy mal, hablaban cosas horribles. Pero yo no entendía qué era una lesbiana, y pregunté. “¡Cómo no sabes! Son mujeres a las que les gustan las mujeres”, me respondieron. Quedé en shock, y pensé: “¿O sea que soy una lesbiana, y eso piensan ellas de mí?”. Volví a mi casa como un zombi. Mi vida se volvió a romper aun más. Caí en mi segunda depresión diagnosticada, tenía 15 años.

Pero a la vez me pasó algo, en ese momento fue mágico: me enamoré de una compañera en forma platónica. ¿Qué hacer, cómo canalizar lo que sentía, qué decir? Era una bomba de emociones reprimidas al máximo. Sufría en silencio, cada vez que llegaba la noche pensaba en ella, entraba en mi mundo de imaginación, pero al otro día volvía a una realidad que golpeaba duro. Todo un año sufriendo al verla, sin poder hacer ni decir nada, me pasó la cuenta: repetí el curso. Nunca más la vi, porque nos cambiaron de horario. Era una adolecente y me estaba volviendo loca. Lloraba todas las noches, pensaba en cómo morirme, cómo desaparecer, cómo despojarme de mi identidad y ser otra.

A los 17 años y mi vida era un total caos interno. Me llevaban a la iglesia evangélica, pero no tenía a Jesús en mi vida. Lo había escuchado pero él estaba muy lejos en el tiempo y en el espacio, y no atendería mis ruegos. Pero un día de tantos que me llevaron obligada a la iglesia, algo sucedió. La noche anterior había llorado tanto que me dio fiebre. Estaba pensando en acabar con mi vida. Y ese domingo, cuando el coro de la iglesia comenzó a cantar, yo sentí que un rayo entró por mi cabeza. Comencé a llorar, lloré todo el servicio y me arrepentí de mis pecados. Mis padres querían llevarme a una urgencia medica (creyendo que yo estaba enferma) pero les dije que estaba bien. Ese día Cristo llegó a mi vida.

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