06) Viaje a las profundidades del mundo homosexual – Testimonio Martina, lesbiana liberada.

Mi padre quería ascender en su carrera así que pidió traslado. Esta vez viviríamos en la capital: Santiago. Quise conocer otras iglesias, pero ya la vida cristiana no me interesaba, sentía inquietud por algo más. Un día vi en la TV un reportaje sobre las lesbianas. Me enteré que había un programa en la radio, también que se reunían periódicamente. Tomé contacto con ellas, y por primera vez empecé a conocer a otras lesbianas. Comencé una travesía por un mundo totalmente desconocido para mí, y que me atrapó como un pulpo. Un viaje a las profundidades del mundo homosexual, una aventura que duró como 12 años.

Nos reuníamos periódicamente, todas teníamos diversas actividades, hacíamos fiestas todas las semanas. Comencé a frecuentar bares y discos gay, y mi lista de amistades empezó a crecer. En el ambiente todos son amigos. Por primera vez me sentía linda, atractiva. Me valoraban, me deseaban, querían estar conmigo. Era fascinante estar rodeada de mujeres, ir a fiestas donde podía coquetear con otras chicas: podía mirarlas, desearlas, seducirlas. Estaba embriagada de sensaciones que jamás había experimentado.

Comencé a fumar y beber mucho cuando iba a fiestas. Me hice adicta a las mujeres y las fiestas. No podía vivir sin el vértigo de las aventuras amorosas, mi mente y mi cuerpo sentían un placer similar a las drogas. Tuve muchas parejas, duraba algunos meses y rápidamente las cambiaba. Sin mentir tenía mucho arrastre con ellas, siempre hubo 3 a 4 mujeres detrás de mí. Me sobraban las mujeres para ser mi pareja o acostarse conmigo. Eso me gustaba mucho, porque me sentía apreciada, querida. Levantaba mi ego. Casi siempre estaba con alguien, porque el cariño de una mujer calmaba toda la angustia, tristeza y soledad que sentía.

Llevaba unos años en el mundo gay, tenía una pareja estable y estaba cansada de mentirle a mi mamá sobre lo que pasaba en mi vida. Ella veía que ya no iba a la iglesia, y que vivía saliendo. De mi trabajo a veces me iba de fiesta y desaparecía por 3 días. Trabajaba sólo para irme de juerga.

Un día me senté con mi madre, y le dije la verdad: que estaba con una mujer. Ella lloró y quedó pasmada. Jamás pensó que le diría algo así. No me habló durante un mes, lloraba todos los días. Cuando rompió el silencio, me hablaba mal, me gritaba, me ofendía duramente. Nuestra relación de madre e hija se rompió. Ella descargó su rabia con palabras hirientes. Un día me dijo: “Desde ahora en adelante, jamás vuelvas a lavar tu ropa con la nuestra, porque no quiero que se nos pegue el SIDA”. Otra vez me dijo: “Prefiero mil veces cuidar a una hija leprosa que a una sidosa”. Eso gatilló la decisión de irme de la casa a vivir con mi pareja en ese momento.

Estuvimos juntas como un año, pero caí en depresión: odiaba a mi madre, quería vengarme de ella, no nos volvimos a hablar, y tuve que ir al médico para que me diera tranquilizantes. El psiquiatra me recetó muchos calmantes, así que vivía dopada, sin ganas de nada. Empecé a llevarme mal con esa pareja, y tiraba muchas licencias médicas para ausentarme en mi trabajo. Mis padres supieron que estaba enferma, y mi mamá me fue a ver al trabajo. Entonces me pidió que volviera a la casa. Dejé a esta mujer y volví junto a mis padres. Algo había algo cambiado en ellos, pero yo comencé a salir nuevamente a fiestas.

Probé las drogas, que por suerte me hicieron muy mal. Un día fumé marihuana y me intoxiqué. ¡Creí que me iba a morir! Sentí la muerte muy fuerte. En medio del carrete lloraba y sólo le pedía perdón a Dios, y en mi volada le decía a mis amigas, que trataban de calmarme, que no le contaran nada a mi mamá. Estuve drogada casi 24 horas, Dios una vez más me libró de la muerte, porque la sobredosis de marihuana casi paralizó mi corazón. Después de eso, sólo bebía y fumaba, y consumía pastillas para la depresión.

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