08) Una luz de esperanza – Testimonio Martina, lesbiana liberada.

Un día me escribió una mujer y empezamos a chatear frecuentemente. Ella fue sincera, me dijo que era casada con 2 hijos, pero que llevaba años viviendo con su esposo en la misma casa sin vida marital, y que ella jamás debía haberse casado porque estaba descubriendo que le gustaban las mujeres. Ella no sabia nada del mundo gay, y quería conocerme. Yo le mandé una foto y quedó encantada conmigo. Por mi parte no me interesaba, había tenido aventuras con varias mujeres casadas, y eran puros problemas no más.

Ella insistió en que nos conociéramos. Y 3 veces la deje plantada, porque en verdad no me interesaba. Hasta que un día resultó y quede fascinada: ella era todo lo que había soñado. Era una mujer de familia europea, con rasgos finos, suave, hermosa, encantadora, inteligente. Una mujer de mundo, y vivía en un barrio acomodado, en realidad vivía en uno de los mejores sectores de la ciudad. Ella era directora del área educación cristiana en un colegio católico, y había estudiado teología. Lo más fascinante de esta mujer era su sencillez a pesar su cultura y dinero, y eso me cautivó. Comenzamos una relación que duró 3 años, me enamoré profundamente.

Creo que jamás había sentido tanto amor por alguien, jamás me había sentido tan complementada, ni sentido esa fusión casi mística, una unidad tan profunda. Mi relación con ella fue intensa, desbordante, apasionada, riesgosa. Sentí que pese a todas las dificultades que teníamos para vernos, era completamente feliz, extasiada de amor.

Queríamos vivir juntas y casarnos en Argentina. Ella logró separarse y vivir en un departamento grande con sus hijos. Yo pasaba metida en su departamento, y sus padres me odiaban. Cuando descubrieron que éramos pareja, toda su familia le hizo la guerra. Su esposo se alejó, sólo visitaba a sus hijos cada 15 días. Su hijo me quitó la palabra, yo era invisible para él. Su hija tenia un retardo mental, y sólo con ella yo era feliz.

Por ese tiempo conocí un ministerio que trabajaba con homosexuales. Fui a un seminario a Córdoba (Argentina), a un programa llamado Aguas Vivas. Estuve una semana con ellos, y logré entender el origen de mi lesbianismo. Entendí que el rechazo de mis padres había quebrado mi identidad de género. También que la falta de afecto fraterno en mi casa me había dejado con un vacío, que yo buscaba llenar con el amor de una mujer. Nunca me identifiqué con mi mamá como mujer, y nunca fui afirmada como mujer por mi papá.

Al descubrir eso ¡Sentí que se había abierto una luz de esperanza en mi vida! Había una salida, Dios podía sanarme y sacarme de todo. Pero eso quedó hasta ahí.

Empecé a participar de un grupo de terapia con otras personas homosexuales, ciertamente fue de gran ayuda pero al final yo no quería renunciar a mi estilo de vida (menos entonces, que había encontrado al amor de mi vida). Algo dentro mío sabía que estaba en un desierto árido, y que necesitaba de esa agua viva que Jesús prometía: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, cómo dice la Escritura, de su interior correrán ríos de aguas vivas” (Juan 7:37-38).

Una noche estaba en la playa junto a mi pareja. Ella veía la TV, y yo salí de la cabaña a mirar las estrellas y fumarme un cigarrillo. Miré al cielo, y dije: “Dios, por favor ayúdame. Sácame de todo esto, dame verdadera felicidad. Perdóname de todo lo malo que hago delante de ti. Por favor, ayúdame a salir del lesbianismo, porque yo no puedo”.

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