09) Un proceso de renuncia muy duro – Testimonio Martina, lesbiana liberada.

Sucedieron varias cosas hasta que ocurrió la completa respuesta de Dios a esta oración.

En primer lugar, Dios comenzó a hablarme, a mostrarme su amor. Me hizo ver leyendo la Biblia que el lesbianismo era un pecado delante de Él, que yo debía renunciar a todo y arrepentirme, que Él me ayudaría. Y comencé a sufrir, porque internamente estaba dividida: mi espíritu sabía que necesitaba confiar en Dios, que para Él nada era imposible, pero mi corazón se negaba a renunciar.

Con mi pareja comenzamos a tener largas conversaciones, a discutir sobre teología y lo que yo estaba sintiendo. La última fiesta que pasamos juntas fue un Año Nuevo, junto a sus hijos. Cuando nos dimos los abrazos, me acerqué a su hijo mayor, quien me recibió con mucha frialdad. Fue seco, como abrazar un árbol, no movió un musculo. No habló nada, y eso me impactó. Después de casi 3 años junto a su mamá, él aun demostraba su abierto rechazo hacia mí. Sentí angustia, tuve miedo, pena y mucha culpa, de pensar que un día iba a morir y tendría que dar cuentas a Dios por el daño que le había hecho a ese niño y a toda una familia. Yo era culpable de esa separación. Era culpable de que los padres de mi pareja ya no le hablaran. En el colegio católico donde trabajaba ella sospechaban de su condición, y era posible que la despidieran. Su esposo quería demandarla y quitarle a sus hijos. Fugarnos del país con los niños iba a ser aun más perjudicial.

Entonces sentí que Dios me decía: “Así como Abraham llevó a su hijo al monte, donde le pedí sacrificarlo para probar su fidelidad hacia mí, así también te pido que sacrifiques este amor, por amor a mí. Ten fe, déjala porque yo te ayudaré. Yo comenzaré a hacer un milagro en tu vida”.

Con el dolor de mi alma decidí dejarla. Ella casi se muere cuando le conté. Le dije que ella corría peligro, que podía perderlo todo, en cambio yo no perdería nada. “Por amor a ti, te dejo. Tal vez algún día lo comprenderás. No puedo más con el peso de culpa, de saber que tu vida se puede desmoronar en un segundo, y terminarás odiándome porque yo seré la culpable de tus desgracias, y no quiero eso”, le dije.

Nos alejamos, y no la vi más (hasta muchos años después). Fue desgarrador, tan agónico. Eso me llevó a tomar consejería con una hermana, que fue mi mentora cristiana y me ayudó mucho en el camino. Quería volver a congregarme y llegué a la iglesia donde participo actualmente.

Empecé un proceso de renuncia muy duro: alejarme de muchas personas, deshacerme de objetos, cambiar de número celular. Una parte de mí quería volver con ella. Le envié un par de mensajes, y me respondió cortante: “Déjame tranquila porque estoy feliz con otra pareja”. Fue un golpe muy fuerte a mi orgullo.

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