10) Estar pecando deliberadamente – Testimonio Martina, lesbiana liberada.

Seguía congregándome, pero siempre en mi mente pensaba que podría volver a tener un desliz. Total, decía, nadie lo iba a saber. Lo importante (según yo) era ir a la iglesia y orar con sinceridad.

Un día conocí a una chica y me metí con ella, consciente de estar pecando deliberadamente. No tenía excusas, volví atrás. Dejé la iglesia y comencé una relación profunda con ella, pero con culpas, muchas culpas, que no me dejaban vivir.

Tuve una serie de sueños que me dejaron perturbada.

Una noche durmiendo en la casa de esta mujer, soñé que la habitación estaba llena de lápidas. Aparecía una mujer con sombrero negro, que me aterrorizaba. Desperté desesperada. Miré toda la pieza, y sentía como si la muerte estuviera ahí.

Al día siguiente, soñé que un perro grande me perseguía por una casa vieja de madera, tratando de atacarme y morderme. Yo corría por toda la casa tratando de zafarme del perro, y de pronto me subí a un mueble alto, pero el perro saltaba para alcanzarme. Desperté casi ahogada del miedo, pero esto era apenas una advertencia de lo me pasó después, una experiencia que cambiaría mi vida para siempre.

Unas noches después sentí que me desvanecía y bajaba a un lugar, como a otra dimensión. Tuve miedo, no lograba entender lo que me estaba pasando. Llamé a mi pareja y ella me dijo que me calmara, sólo eran ideas mías, y que dejara de lado las culpas.

Luego sucedió algo inesperado, algo casi irreal. Me acosté, pasada la medianoche. De pronto me desvanecí nuevamente. Comencé a sentir terror, un miedo inexplicable. Y tuve una visión: yo estaba en el infierno. No sé como explicarlo, fue sobrenatural, me ocurrió. Yo seguía acostada, pero en el infierno. Al fondo de esa oscuridad vi mucha gente en una especie de mar de petróleo, quemándose, moviendo sus bocas, gritando. No se escuchaba nada, apenas veía los gestos de horror en sus caras.

En ese momento entendí que esas personas eran los que habían rechazado a Dios, los que no quisieron abandonar sus practicas abominables, ni se habían arrepentido verdaderamente de sus pecados. Habían amado pecar, aunque Dios les habló y mostró su misericordia de diferentes formas, sin hacer caso de sus advertencias.

Y me quede ahí sola. Mi conciencia me decía: “Mira, las veces que Dios te habló, y no escuchaste. Las veces que sabías que algo era pecado, y lo hacías igual. Las veces que pudiste rechazar el pecado, y lo hiciste con alevosía”. Y yo le decía a mi conciencia que se callara. Sólo había una palabra que repetía a cada rato: “Perdóname, Señor. Dame una oportunidad más, por favor. Déjame salir de acá. No me dejes aquí, y te serviré”.

Finalmente pude levantarme de la cama, desesperada. Fui al baño, y al verme en el espejo me asusté: mi cara, blanca, ojerosa, con expresión de horror, era la de un cadáver. No volví a mirar, porque me impresionó. Tomé un vaso de agua, mi garganta estaba seca, pero el agua se desvanecía en segundos, como sí un fuego interno la consumiera rápidamente.

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