01) La historia de mi rechazo – Testimonio de Martina, lesbiana liberada.

Mi nombre es Martina.

En mi familia somos 3 hermanos. Yo soy la única mujer, y la hermana del medio. Desde pequeños asistíamos a una iglesia evangélica. Mi mamá era una mujer de campo, mi papá un marino de la Armada, y un hombre bastante machista. Cuando mi mamá quedó embarazada de mí, le dijo que él esperaba que ese bebe (yo) fuera un hombre. Fue ahí que comenzó la historia de mi rechazo.

Mi mamá, aterrada por la advertencia de mi padre, se repetía a si misma que yo tenía que ser hombre. El día del parto yo no quería nacer. Fueron muchas horas de trabajo de parto, pero yo no salía. Cuando al fin me sacaron, lo primero que le preguntó mi mamá al médico, adolorida y sangrando, fue: “¿Qué sexo tiene mi bebé?”. El respondió: “Es una linda niña”. Mi madre se puso a llorar. “¿Está seguro, doctor?”, preguntó angustiada. “Sí, es una niña”, fue la sentencia del médico.

No recuerdo mucho mi infancia temprana, pero tengo recuerdos borrosos: Es de noche, estoy frente al televisor, viendo una película de terror . Tengo miedo, pero estoy sola. No tengo a mi madre para refugiarme, o a mi padre que me contenga. Generalmente estoy sola. No recuerdo gestos de cariño de mis padres hacia mí. Al contrario, recuerdo a mi padre siempre ausente, nunca en la casa, jamás conversé con él. Le tenía miedo, por sus gritos y mal genio. Por otro lado a mi madre la recuerdo golpeándome, siempre molesta, frustrada, cansada, y todo eso lo descargaba en mí.

Tengo entendido que, después de que yo nací, mi mamá tuvo 9 años de fuerte depresión. Comenzó con una depresión post parto, pero que siguió por los problemas en nuestra familia. Mi madre descargó su frustración conmigo: por nada me golpeaba. Yo evitaba hablarle o estar cerca de ella para evitar sus insultos y golpes.

Había una vecina de mi edad, Camila, íbamos en el mismo curso. Ella era ordenada, aplicada, muy bien portada, y un día mi mamá furiosa me gritó: “Hubiera preferido mil veces que Camila fuera mi hija, y no tú”. Jamás olvidé esas palabras, retumbaron por años en mi mente. Ese día sentí que mi vida se quebraba en mil pedazos. Tenía sólo 10 años. Llamaron a mi mamá del colegio y le dijeron que yo había bajado mucho mi rendimiento. Sospechaban que tenía mucha pena, que era una especie de depresión. Mi madre lo atribuyó a que había nacido mi hermano menor, y no le dio importancia. En realidad nada mío era importante para ella.

Crecí con un vacío tan grande por el rechazo que recibí desde el vientre. No sabía ni quién era. Siempre quise tener una hermana para conversar, o que me aconsejara. Pero en el patio de mi casa yo estaba sola, jugando sola, hablando sola. En mi casa había un cuarto pequeño, lleno de cachureos, mal oliente. Anhelaba limpiarlo, ordenarlo. Quería que alguien me ayudara, porque yo sola no podía. Pero nunca había un adulto. Me quedaba contemplando ese cuarto, en mi mente yo tenía ese cuarto para jugar a las muñecas. Un espacio de libertad.

Un día estaba enferma. Durante ese tiempo en cama descubrí el libro: “Gracia y el forastero”. Nunca antes había leído un libro, y recuerdo que fue un deleite. Mi imaginación voló a mil, fue como desaparecer de mi casa, internarme en la historia y vivir cada escena casi real. Dejé que mi mente volara, y comencé a soñar con los personajes. Me di cuenta que no deseaba ser la protagonista, si no el chico que coqueteaba con la chica: quería ser el hombre de la historia.

Con mi vecina Camila jugábamos largas horas, ella venía a mi casa. Una día me dijo que íbamos a jugar al papá y la mamá. No sabía cómo se jugaba a eso, y me explicó que era recrear lo que pasa en la casa. Mi amiga designó los personajes: ella sería la mamá, yo el papá (cosa que me gustó). Yo me iba a trabajar y ella se quedaba en casa cuidando los niños, y cuando llegaba jugábamos. Cuando se suponía que me iba a trabajar, me dice: “Dame un beso”. Yo la quedé mirando extrañada, pero insistió: “Ven”, me dijo. Tomó una sábana, la puso en su boca y me dio un beso.

Jamás se me olvidó ese beso, porque a pesar de la sábana sentí el calor de sus labios. La sensación de agrado que tuve me confundió, pero me agradó demasiado. Después lo hicimos muy seguido: cada vez que jugábamos nos dábamos un beso, con la sábana siempre (pero ella era intensa, y yo me dejaba). Creo que desde ese momento mi mente comenzó a confundirse. Despertó algo en mí, no entendía lo que sentía, pero me gustaban las mujeres. Era algo tan fuerte, pero a la vez angustioso, ya que no podía hablarlo con nadie. Mi madre jamás fue una mama acogedora, sería una locura contarle algo así, no tenía una tía cercana, y en el colegio se burlarían de mí.

Con el paso de los años mi gusto por las mujeres se fue haciendo cada vez mas fuerte. Sufría en silencio, mi mente divagaba. Cierta ocasión mi hermano, que tiene un año más que yo, me hizo tener relaciones con él. Hubo un poco de penetración, pero no recuerdo mucho. Éramos los 2 unos niños. Tal vez ahí comencé a masturbarme.

Años más tarde, me desperté en la noche porque mi hermano, el mismo que me había obligado a tener sexo con él, estaba al lado de mi cama tratando de tocar mis partes íntimas. Le dije: “¿Qué estás haciendo?”, y él se excusó diciendo que estaba tapándome. Yo entendía perfectamente lo que estaba sucediendo, y desde entonces jamás volví a dormir con mi puerta abierta (hasta hace poco la cerraba con llave, tenia miedo que llegara alguien a hacerme algo).

Comencé a sentir odio por mi hermano y por los hombres, me daban asco. Odiaba a mi padre porque jamás mostró cariño hacia mí. Era frío e indiferente, los hombres eran una decepción. Mientras crecía la violencia de mi madre hacia mí aumentó. Comencé a pensar en morirme. Mi estima no valía nada, me encontraba horrible, odiaba a la mujer que veía en el espejo.

Puedes descargar el documento completo (para imprimir) aquí.

O leerla por partes: