13) Evidencia de una sanidad interior – Testimonio Martina, una lesbiana liberada.

Dios ha sido fiel, me ha fortalecido, me ha devuelto lo que el Diablo me robó. En un retiro el Señor me habló sobre la maternidad. Cuando tenía 15 años maldije mi vientre, dije: “Jamás voy a tener un hijo porque jamás tendré relaciones con un hombre”. Dios me hizo recordar eso, y pedí perdón al Señor por hablar de esa manera. Oraron por mi, Dios me liberó y desde ese día comencé a sentir amor por los niños. Antes era fría con ellos, no me conmovían los bebes, me daban lo mismo. Pero mi vientre comenzó a vivir y comencé a disfrutar a los niños.

Meses después mi cuñada quedó embarazada, y Dios me regaló una sobrina bella que amo profundamente. Es como la hija que siempre soñé tener: una pequeña que se abraza a mi cuello y me dice que me ama. Eso es un regalo del Cielo. Soy feliz sintiendo que mi maternidad fue sanada, no me angustia el saber que no tendré hijos, pero soy feliz porque mi vientre es sano.

Ahora puedo decir que me amo de verdad. Amo mirarme al espejo, me siento más femenina, amo ser mujer, amo cuidarme lo más posible. Todo eso es evidencia de una sanidad interior. Ya no temo lo que los demás dirán como antes. Siento que puedo amar a las mujeres en libertad, puedo abrazarlas, hacerles cariño, hasta decirles un cumplido y que se ven hermosas, sin sentir culpa o vergüenza, me siento libre de poder expresarme con las mujeres.

He aprendido a dar sin esperar nada. Descubrí que entre más doy, mas recibo. Doy en todo sentido de la palabra y eso me hacer feliz.

Dios también comenzó a trabajar en el perdón y sanidad en relación con mis padres. Fue difícil (más con mi papá que con mi mamá), pero ha sido un proceso hermoso. Sigue siendo difícil, pero se puede. Ha sido toda una escuela volver a vivir con ellos, lidiar con sus caracteres y el mío. He aprendido a bajar la cabeza, a ser humilde, a honrarlos y bendecirlos.

Con mi hermano nunca volvimos a hablar del tema. Él estuvo también mucho tiempo apartado de Dios, pero ahora es creyente y creo que debemos hablar. En un momento pensé que quizás no era necesario. Sin embargo he aprendido que no pueden haber secretos enterrados. También tengo un cierto temor a su reacción, que quizás él diga que no se acuerda de lo que pasó (aunque no lo creo) y no saber cómo pueda afectarle escuchar las consecuencias que tuvo lo que me hizo. Dios sabe que en mi corazón yo lo perdoné, lo amo y no tengo nada que echarle en cara. Hay cosas que se tienen que hablar, pero estoy esperando el momento preciso de Dios.

Diariamente me repito: “Gracias Dios”. No puedo dejar de agradecerle por esta nueva oportunidad, por tanta misericordia derramada sobre mi vida y familia, por liberarme de las opresiones del enemigo, por sanar tantas áreas en mi vida que estabas en ruinas.

Esto ocurrió en mi vida, y siento que Dios me ha llamado a trabajar en sanidad en los corazones de muchas mujeres (Isaías 61:1-11).

Puedes descargar el documento completo (para imprimir) aquí.

O leerla por partes: