El 15 de febrero pasado marcó la historia de la Comunión Anglicana Mundial. El Sínodo General de esta denominación rechazó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Un informe de la Cámara de Obispos (publicado en enero), señaló que «no debería haber cambios en las enseñanzas de la iglesia sobre el matrimonio y la sexualidad» (esto es: la doctrina tradicional que el matrimonio es entre un varón y una mujer, y para toda la vida).
El informe se aprobó por estrecho margen, a pesar de la oposición del sector liberal del anglicanismo: 93 miembros del clero, 106 laicos y 43 obispos votaron a favor, mientras que 100 miembros del clero, 83 laicos y 1 obispo lo hicieron en contra.
Según una encuesta de la consultora Yougov, en los últimos 3 años el apoyo al matrimonio gay aumentó considerablemente entre los fieles anglicanos de Reino Unido: Entre 1.500 consultados, un 45% considera que el matrimonio entre personas del mismo sexo está bien, mientras que un 37% que opina lo contrario. La tendencia favorable es todavía más alta en la población joven, llegando al 72% (entre los 25 y 34 años)
Hace tres años, sin embargo la misma encuesta constató que el 38% de los anglicanos en Reino Unido eran partidarios de esas bodas, mientras que el 47 % creían que los matrimonios entre personas del mismo sexo son equivocadas. El estudio fue encargado por Jayne Ozanne, miembro del Sínodo General Anglicano que rechazó este tipo de uniones.
Durante el debate en el Sínodo General, el pastor Sam Allberry, de Maidenhead (Reino Unido), coordinador de la organización «Living Out» y autor del libro «¿Es Dios anti-gay?«, compartió su propia experiencia como hombre cristiano con sentimientos homosexuales, pero de convicciones conservadoras (el discurso completo fue reproducido en español por Protestante Digital):
«Me siento y me he sentido atraído toda mi vida por personas de mi mismo sexo. Con esto quiero decir que tengo sentimientos sexuales, románticos y profundos hacia personas del mismo sexo.
Elijo describirme de esta manera porque la sexualidad no define mi identidad, y eso es una buena noticia. Mi valor como persona, lo que hace que me sienta plenamente humano, no depende de satisfacer necesidades sexuales o románticas, y esto es liberador.
La persona que ha vivido de una forma más plena es Jesucristo. Nunca se casó, nunca tuvo en una relación romántica, ni relaciones sexuales. Si decimos que estas cosas son intrínsecas a la realización humana, estamos llamando a nuestro salvador “sub-humano”.
He conocido a cientos de cristianos en mi situación, y conozco a miles más, que se sienten atraídos por el mismo sexo, y que aprueban la idea tradicional del matrimonio entre un hombre y una mujer, como el único contexto divino para el sexo.
Si no se nos oye más, es porque es muy difícil ponernos de pie y describirnos de esta manera.
Como alguien que habla acerca de la atracción por el mismo sexo, tengo que decir que mi Iglesia no es un lugar seguro para mí.
Por Iglesia no me refiero a mi congregación, me refiero a este Sínodo. No por lo que dice el informe, sino por lo que ha ocurrido desde entonces.
Sufrí bullying en la escuela por ser gay. Ahora siento que me está pasando lo mismo en el Sínodo por sentirme atraído por el mismo sexo, y ser fiel a la enseñanza de Jesús sobre el matrimonio.
Agradezco que el informe reafirme la doctrina tradicional del matrimonio. Me preocupa que ya nos estamos preparando para desautorizarla pastoralmente.
Así que mi pregunta a los obispos no es: «¿Conservaréis esta doctrina?», sino: «¿Realmente creéis en ella? ¿Son buenas noticias para el mundo? Muchos de nosotros la vemos como “dadora de vida”, como siempre es el mensaje y la enseñanza de Jesús. Gracias».
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