Luis Aranguiz, director de Pensamiento Pentecostal
Un día como hoy, fallecieron dos líderes evangélicos inevitables. Por una parte, el reformador ginebrino Juan Calvino en 1564, y por otra el metodista estadounidense forjador del movimiento pentecostal en Chile, Willis Hoover en 1936.
Tan diferentes el uno del otro, tan diferentes los movimientos que dirigieron, y tan cercanos al mismo tiempo en su devoción y en su compromiso con forjar una iglesia distinta.
El primero, ardiente defensor de las Escrituras ante la Iglesia de Roma; el segundo, ardiente defensor de la sobrenaturalidad en tiempos en que el propio protestantismo, según él lo veía, caía en garras de un racionalismo que consumía toda posibilidad de experiencia espiritual.
Ambos a su manera defendían lo que consideraban un bien preciado de la fe cristiana que estaba en riesgo. El uno el valor de la Escritura, el otro el valor de la vida espiritual y la experiencia de fe. Ambos radicales, ambos primitivistas.
Quizá sea eso justamente lo que en el presente impide una conjugación entre los movimientos que originaron. Porque ambos movimientos reclaman una mejor comprensión de ese ensueño protestante y evangélico permanente que es la recuperación de los orígenes de la Iglesia.
Y así, ambos se impiden uno al otro la posibilidad de alcanzar una síntesis. Hoy es Calvino o Hoover, quien sabe si en un futuro de mutua comprensión, pudiese ser Calvino y Hoover.