Mario Ríos Santander.
Ex-Senador y ex-miembro del Tribunal Calificador de Elecciones
Enfrentarse a un afán que se aleja del valor natural, ha sido la razón principal del mundo político en estos años de promoción de “ideas islas”, estrategia ya conocida en la historia moderna y que, practicada en sociedades superficiales, tiene un efecto devastador.
Y en Chile, estamos en el centro del proceso en cuestión. Veamos.
La ley, es un instrumento que, en manos de quienes tienen como objetivo, destruir la diversidad natural social, es letal. Nunca los valores deben legislarse. Ellos reflejan la esencia del individuo, y por tanto la sociedad en que éste se desenvuelve. Recuerdo a Stalin en la Rusia de fines de los cincuenta. Una ley simple, aprobada por el parlamento soviético, dispuso que “Dios no existe”. Ello motivó la demolición de cientos de templos y el retiro de la espiritualidad de toda la institucionalidad, prohibiendo cualquier manifestación religiosa. Stalin, se defendía señalando que: “Solo respeto la ley”.
Hace poco tiempo, la “idea isla” fue la revolución. Y en mérito de ella, toda nación que se preciase de estado moderno, tenía su propia revolución. Chile no fue la excepción. Se borró de todo acto el proceso evolutivo de las cosas. La revolución fue la razón de todo. Años después, como es natural en todo proceso de estas características, sería el desastre de todo. Los revolucionarios desaparecieron en el descrédito mundial y entonces surgió otra “idea isla”, ahora en una suerte de adoración perpetua: los Derechos Humanos. En mérito de ellos, se pone fin a la vida, se destruye la familia, desparece el orden, y la paz (estado natural, que se aproxima a la perfección del ser humano) es atacada indolentemente. Tanto es así (y aquí la presencia del parlamentario cristiano) que los valores cristianos, los cuales han gobernado buena parte del mundo por dos mil años (nadie mas en la historia del hombre fue capaz de crear una Civilización) permanecen en silencio. Es cierto que pronto pasará esta ola, como ocurrió con la revolución o la inexistencia de Dios, pero deberá ser el líder cristiano el que oriente a su pueblo en esta cuestión, que surgida en este tiempo, está devastando, en sus diferentes formas (muerte del que está por nacer, fin de la sexualidad natural, y otras) a la sociedad, en que dicho líder forma parte. Y ahí los parlamentarios cristianos, ubicados en el centro de este proceso. Ellos responderán. Es prematuro observar su actuar, sin embargo hay señales de que la responsabilidad se asumió.