Luis Aranguiz Khan
Director de Pensamiento Pentecostal
Hace unos días, primero por un video compartido en redes sociales y luego por su participación en un matinal de la TV abierta, conocimos a Carolina Garate: madre evangélica preocupada por sus hijos, que ha levantado una campaña contra un libro distribuido por el Ministerio de Educación que, asegura, tiene por fin enseñar a los niños una sexualidad distorsionada. La obra en cuestión es el manual «Detectives en el museo: descubriendo misterios en la pintura», desarrollado por el Museo Artequin de Viña del Mar y cuyo fin es introducir a los niños de 3er año básico al arte visual. Sin embargo, para Gárate este fin no sería más que aparente, ya que tras el manual se oculta la intención de sexualizar a los niños de 8 años, destinatarios del mismo. Esta suerte de fin esotérico, solapado, se explica porque el manual exhibe fragmentos impúdicos de la obra “El jardín de las delicias”, pintada por El Bosco alrededor del año 1500.
Así, lo que tenemos en primer lugar es, principalmente, un problema de interpretación. Por una parte, tenemos un manual que exhibe una de las obras más importantes de la historia del arte occidental, con representaciones obscenas, y por otra alguien que dice que ese manual fue diseñado para sexualizar a los niños. Aunque es cierto que la obra tiene escenas chocantes, también es cierto que esas escenas nada tienen que ver con sexualizar. “El jardín de las delicias” es una obra altamente simbólica compuesta por tres partes, pintada por un cristiano que vive en la sociedad renacentista previo a la Reforma Protestante, y lo que se ve en el cuadro es una expresión artística del paraíso, la tierra y el infierno.
La parte más escandalosa, evidentemente, es la de la tierra, que en algún modo refleja la época en que El Bosco vivió. Ahí se encuentran todas las escenas impúdicas, exhibiendo los males, vicios y deleites carnales de la corrupción humana. Por lo tanto, incluso si se quisiera usar a El Bosco para “sexualizar”, el cuadro tendría por objetivo mostrar esa “sexualización” como una consecuencia del pecado, inconcordante con la fe cristiana. Si Carolina Gárate supiera esto, podría usar esta misma pintura para instruir a sus hijos no sobre lo que pueden hacer sexualmente, sino todo lo contrario: enseñarles la moral cristiana que ella defiende.
En segundo lugar, podría objetarse que, si bien la obra no es sexualizadora, el cuadernillo tiene un fin esencialmente sexualizador. Esta es la lectura esotérico-política de Gárate: Que el cuadernillo en sí mismo ha sido diseñado para homosexualizar a los niños. Evidentemente, para algo como esto, se requieren más pruebas que el hecho de que el manual haya sido diseñado en el gobierno progresista de la ex presidente Michelle Bachelet.
No obstante lo anterior, sin incurrir en valoraciones sobreideologizadas y asumiendo el valor artístico de la pintura, puede cuestionarse de todas maneras que el libro esté dirigido a niños menores de diez años. Pues, efectivamente hay escenas que podrían resultar complejas para los pequeños. Probablemente aquí resida una objeción razonable del escándalo: hay edades donde conviene abordar ciertos temas con los hijos. Sólo bastaría exigir que el manual sea utilizado con niños de una edad adecuada. Sin embargo, es evidente que con un argumento como este, Gárate no alcanza a salir en un matinal. Pero cuando ni la obra es sexualizadora, ni el libro es sexualizador, la última opción que resta es que el profesor sea sexualizador. Pero esto último, increíblemente, casi no asoma en la argumentación, siendo que es finalmente del profesor de quien depende dar una interpretación adecuada, con su debido contexto social y moral, de la obra de arte del polémico manual.
Probablemente, gran parte de esta controversia se habría evitado sólo entrando a Wikipedia para averiguar sobre El Bosco. La otra parte se habría arreglado con la búsqueda de mecanismos jurídicos para asegurar que la obra de El Bosco fuese explicada adecuadamente o, en su defecto, enseñada en cursos de edades “más aptas”. De todas maneras, se nos plantea un dilema: ¿qué hacemos con otras obras de la cultura universal, como la misma Biblia, cuyos relatos (por ejemplo: del Pentateuco, del libro de Jueces, de los libros de Reyes, el Cantares, o el Apocalipsis) contienen escenas tanto o más perturbadoras que las del cuadro en discusión? ¿Qué propone Carolina Gárate sobre la enseñanza de estas materias en la escuela dominical?
En definitiva, al parecer es más difícil entender la impúdica ironía de las delicias de un pintor genio que entender cómo una preocupación legítima solucionable por vías institucionales haya sido transformada en un espectáculo mediático, cuyo mejor resultado puede ser el olvido de la desnudez, y el peor: que se vuelva otra delicia para aquellos que no se cansan de afirmar públicamente que “los evangélicos son ignorantes”.
Así que, después de todo, no nos vendría mal también a nosotros un poco de pudor.
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