Por Fernando Estefó
En mi pasado masónico (del cual no me enorgullezco, pero si doy gloria a mi gran Libertador por haberme liberado de esas entrañas infernales) los maestros hacían hincapié en el símbolo de la masonería: un hombre con un gran cincel que se hacía a si mismo.
Este es un gran símbolo que ilustra como la humanidad, aparte de su Creador, se va re-interpretando y con esto va siempre entrando en guerra con su Hacedor.
Con la superstición de la Edad Media, la humanidad creía estar bien protegida en medio de esas tinieblas y vivía en esclavitud religiosa e intelectual; con el racionalismo, teniendo a la razón como diosa, la humanidad creyó encontrar el camino de la madurez y de la estatura plena como hombre y tuvo que enfrentar dos guerras mundiales infernales; con el comunismo y con el humanismo, el «hombre nuevo» pareció por momentos emerger, fue el ideal de gran parte de la humanidad, pero el mundo entero llegó a hastiarse y su búsqueda frenética desencadenó el vació existencial del presente. Hoy, las entrañas de la bestia se mueven nuevamente queriendo cambiar la propia naturaleza del ser humano. El hombre nuevamente re-inventándose aparte de Dios.
Detrás de la ideología de género está el mismo espíritu de independencia que silbó la serpiente en el Edén: ¿Con qué Dios les ha dicho…?
Detrás de la ideología de género se yergue el monstruo que le habla a Dios con leyes, con pancartas, con conductas o con filosofías e ideas diciéndole: A mi no me interesa lo que tú hablas. A mi no me interesa y me tiene sin cuidado seguir tus leyes o tu voluntad. Puedo sentirme mujer u hombre cuando me plazca, no me interesa tu palabra. En otras palabras: a mi me importa un bledo como Dios me hizo, hoy puedo ser hombre, mañana mujer.
Bajo esta perspectiva, debemos seguir mirando con misericordia al hombre moderno o post-moderno y, sin ningún aire triunfalista, seguir el camino que nos dejó Jesucristo: entregar el Evangelio, entregar nuestras vidas y la VERDAD a toda costa.
Entonces más que leyes o legislación, más que opiniones de «derecha» o de «izquierda», necesitamos rodillas intercesoras para que el corazón de los hombres se abra a la voz de Dios. No estoy menospreciando los esfuerzos que numerosos cristianos están haciendo, solo pongo la verdadera perspectiva de fondo.
La Biblia delinea el movimiento de la humanidad a través de los siglos con una pregunta que, lejos de ser retórica, nos obliga a plantearnos constantemente nuestra fe: «Si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo?» (Salmo 11:3)
Con aprecio, en medio de la batalla.
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