[FEMINISMO] El lugar de las mujeres en la historia y doctrina evangélicas antes del #8m

“¿Dónde están las mujeres?” fue la consigna que escribieron sobre el Muro de la Reforma, en Ginebra (Suiza) las activistas de un colectivo feminista, en la víspera del último 8 de Marzo. Respondamos esa pregunta a la luz de la evidencia.

Sylvia Araya Serrano
Abogada
sylvia.araya@sacia.cl
@Sylvitaraya

«Dónde Están las Mujeres?», la consigna que apareció en el monumento «Muro de la Reforma» en la víspera del pasado #8M

No fueron pocas las mujeres que protagonizaron la Reforma Protestante en el Siglo XVI. La historiadora evangélica Ximena Prado Dagnino, quien escribió el libro: “Las Mujeres de la Reforma” (2018) menciona por ejemplo a Argula von Grumbach (apologista y teóloga), Catalina von Bora (religiosa, esposa de Lutero), Idelete de Bure (esposa de Calvino), Margarita de Navarra (a la postre, Reina de Francia), Catalina de Borbón (hermana del Rey de Francia), Elizabeth I (Reina de Inglaterra), entre otras.

Todas ellas, mujeres adelantadas a la época, que defendieron la Reforma, luchando por la fe bíblica a la par de los hombres con quienes colaboraron, y contra todos los prejuicios dominantes, brillaron con luces propias.

¿Por qué no existe un lugar en ese monumento a la Reforma para ellas?

Por varias razones: Primero, lo que esos hombres hicieron, fue excepcional. Además de renunciar a los privilegios que poseían en su época (lo cual no hicieron otros hombres) éstos dieron la pelea más dura en la arena pública para que mujeres, niños y niñas, familias, iglesias y ciudades pudieran vivir en libertad, a riesgo de sus propias vidas.

Segundo, si fuera necesario hacerles un reconocimiento, que tengan ellas un monumento por sus méritos personales, no debido a su condición de mujeres, ni en relación a los varones. Tercero, las mujeres de la Reforma fueron más importantes en la esfera íntima que en la pública, al traspasar el legado evangélico a los niños y niñas que sobrevivieron a la persecución, que posteriormente construyeron una Europa completamente distinta. En la esfera familiar y eclesial de la sociedad Reformada, es bien reconocido que varones y mujeres gozaban de un trato igualitario, aunque con roles distintos.

El investigador Carlos González nos recuerda que miremos los cuadros de la Sagrada Familia en el Renacimiento: vemos a José y María trabajando en la casa, compartiendo los roles de crianza y trabajo junto al niño Jesús, aprendiendo de sus padres. La mujer no estaba confinada. Fue la Revolución Industrial varios siglos después la que produjo una crisis en los roles familiares, sacando de la casa primero al padre, luego a la madre, finalmente a los hijos. Este cambio, que perjudicó principalmente a las mujeres y la maternidad, lejos de ser inspirado por el cristianismo, es resultado del Iluminismo: aplicar la racionalidad sobre la familia, pretendiendo conseguir, de esta forma, mejores resultados que la naturaleza.

En el caso de las iglesias evangélicas herederas de la Reforma, aunque hay una enorme diferencia con la Iglesia Católica Romana y Ortodoxa, en la actualidad existe un fuerte debate sobre el lugar que nosotras debemos ocupar, tratándose de los roles de enseñanza y pastorado. Algunos comentaristas evangélicos dicen que esos roles (pastores y maestros) en la iglesia son exclusivos para hombres, pues aunque en Cristo no hay “varón ni mujer” (Gál. 3:28) eso no suprime diferencias naturales establecidas por Dios en la Creación. Que aunque la mujer es coheredera de la salvación, el hombre (en la familia y en la iglesia) es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, en una relación de servicio (Efe. 5:22-24), de la misma manera que el Padre es cabeza de Cristo, aunque son de una misma naturaleza y no implica inferioridad. Esto lleva a pensar que los roles de liderazgo en la familia y sobre todo en la iglesia son exclusivamente para hombres.

Otros señalan que es una mala interpretación de los textos bíblicos. Que el propósito de Dios es restaurar en la iglesia de Cristo la equidad entre varones y mujeres que él estableció en Génesis, y que fue dañado por la caída. Que las instrucciones respecto al gobierno de la iglesia en el Nuevo Testamento responden a factores culturales que pueden ser superados con el tiempo, sin contradecir el conjunto de la doctrina bíblica. Existiría evidencia de mujeres diaconisas (Rom. 16:1-2), profetisas (Hch. 21:8-9), maestras (Hch. 18:24-26), incluso pastoras de las iglesias en casa (Col. 4:15), todos roles que tienen que ver con la predicación de la Palabra, que es concordante con el mensaje de Pentecostés, cuando Pedro señaló que el cumplimiento de la promesa de Dios sobre su pueblo era que derramaría de su Espíritu “sobre toda carne”, y que como evidencia: “Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán” (Hch. 2:17-20), trayendo a la misión de la iglesia en igualdad, no sólo a niños y mujeres, sino también a los siervos (Joe. 2:29). Las mujeres se transforman en mensajeras de la resurrección, en una sociedad donde eran legalmente testigos inválidos (Mat. 28:7).

Incluso cuando Pablo escribe sobre los requisitos de los obispos, diáconos y presbíteros (1 Tim. 3, Tit. 1-2) pasa indistintamente por los requisitos para varones y mujeres, precisando algunos.

Aquí no es nuestra intención zanjar el debate, cada denominación tiene posturas doctrinarias al respecto, que respetamos. Lo que sí llama la atención es la novedad que les produce el movimiento feminista a algunas mujeres evangélicas, como si al cristianismo evangélico se le hubiera olvidado hablar de algo importante.

¿Puede el movimiento feminista darle lecciones a la iglesia de hoy sobre cómo debe abrir espacios para las mujeres? Si bien hay que reconocer que existe abuso, maltrato y machismo contra la mujer en muchas congregaciones, esto es reflejo de la sociedad donde dichas iglesias locales se insertan, y está muy lejos de ser una doctrina cristiana. No todas las iglesias evangélicas son misóginas, ni todos los pastores machistas.

Necesitamos nuevos hombres, y sólo Cristo sigue siendo suficiente para redimir del machismo el corazón humano, y de otros pecados que dañan nuestras relaciones. Es el evangelio, y no el feminismo, el que produce nuevos hombres que se hacen cargo, que respetan a las mujeres, y espacios sociales donde nos sentimos seguras, respetadas, como protagonistas.