[EDITORIAL] Una casa dividida contra sí misma no prospera

Después de los resultados electorales del 19 de noviembre del 2017, era imposible para los evangélicos restarse de la votación en segunda vuelta, donde se elegiría Presidente de la República, entre dos visiones políticas muy contrapuestas. Para entonces ya sabíamos al menos tres cosas:

1) El fenómeno del independiente José Antonio Kast (JAK) había atraído notoriamente a las bases evangélicas, de forma muy transversal, pareciendo suspender con enorme generosidad las diferencias históricas, políticas y sociales entre el electorado y el mencionado candidato. La explicación más probable es que ese apoyo acudió al «discurso valórico» que levantó y respaldó JAK durante su campaña. Comentando con analistas que han seguido el fenómeno por varios años, si se observa la correlación de votos que obtuvo JAK y el porcentaje de evangélicos en las distintas comunas del país, las diferencias estadísticas fueron fuertes y significativas, sobre todo comparado con los resultados obtenidos anteriormente por la derecha, especialmente en la zona del carbón. Es decir: personas que tradicionalmente votaron por la izquierda, por primera vez cruzaron la trinchera política que cavaron Allende y Pinochet motivados por JAK.

2) Habían sido electos 3 diputados evangélicos, dos en Concepción (Leonidas Romero y Francesca Muñoz) y uno en Santiago (Eduardo Durán). Aunque 4 o 5 pudieron ser electos (dentro de un listado variopinto de 25 candidatos, la mayoría de derecha), imaginando que los independientes Eddy Roldán (Santiago) y Elías Ramos (Concepción), por la sorprendente votación obtenida, si hubieran ido dentro de un pacto, probablemente habrían entrado al Congreso. Eso sin contar al luterano Harry Jurgensen, también electo. Pese al mérito que esto conlleva, la correlación entre la votación obtenida y la población evangélica en la zona donde compitieron por estos candidatos no fue ni tan fuerte ni tan significativa como en el caso de JAK, y donde el triunfo de los aludidos más se explica por la experiencia previa en elecciones políticas, aunque no se descarta como hipótesis algún efecto de la agenda valórica, al menos sobre Durán y Muñoz, pues su mera personalidad política no logra explicar el resultado.

3) Piñera obtuvo una votación muy inferior a la esperada en primer vuelta. Y su coalición consiguió sólo 42% de los Senadores y 47% de Diputados del Congreso. Convencer al voto evangélico (que respaldó mayormente a JAK) se volvió una alternativa realista de frenar en el balotaje lo que parecía la continuidad de la Nueva Mayoría junto a Guillier, con apoyo del Frente Amplio. Hubo, entre otras gestiones, una reunión organizada por JAK el 7 de diciembre con los más importantes líderes evangélicos y Piñera, donde se esperaba un pronunciamiento del candidato sobre las temáticas de la agenda valórica que se veían amenazadas. Los presentes advirtieron que no hubo compromisos explícitos, ni siquiera hubo foto oficial. Más bien se vio a Piñera pisando sobre huevos, guardando los buenos modales, dedicando desgastadas palabras respecto a la labor de los evangélicos en la sociedad chilena. Era obvio: Piñera sabía que necesitaba el centro liberal para ganar la elección, y (de salir electo) los votos de la DC para legislar.

A estas alturas no es sorpresa que muchos de los electores que dieron su apoyo al actual Presidente en segunda vuelta, sabían que dentro de su círculo cercano habían colaboradores (hoy ministros) que estaban en la vereda contraria en discusiones morales como: Matrimonio Homosexual y Adopción de Niños por Parejas del Mismo Sexo, Ley de Identidad de Género, e incluso la Eutanasia. Sin firmar un documento, sin mediar un previo aviso, sin hacer un juramento, el mundo evangélico decidió, de cualquier manera, hacer un compromiso a favor de Piñera.

Lo dicho no es ninguna novedad, pero vale la pena recordar estos antecedentes. Primero, pues con el triunfo de Piñera la gente común y corriente (y no un sector particular, como podrían ser los evangélicos) desechó una teoría que hablaba del fin del modelo, de un cambio de era. Esa fuerza social que se manifestó al ver amenazados sus valores es conservadora, y mayormente cristiana. Pero esa mayoría, moderada en sus anhelos de cambio, no tiene hoy mayoría en el Congreso.

Segundo, así como desde el año pasado y hasta ahora la relación de JAK con el electorado evangélico es noticia (no por antojo de Cosmovisión, sino por cómo funciona la política), y habría sido deshonesto minimizar lo que estaba sucediendo, tampoco es correcto asumir que Piñera hará suya la agenda conservadora de los evangélicos, porque no se comprometió a hacerlo, ni mucho menos puede hacerlo ahora (al decir lo contrario, haríamos periodismo ficción).

Tercero, sólo 3 diputados conforman la bancada evangélica, son de derecha (RN) y son pentecostales. No falta otro diputado que corrige rápidamente que ellos no representan a todos los evangélicos. ¿Al 80%, siendo cautos? ¿Dónde están los evangélicos que representan en el Congreso el pensamiento del 20% restante? ¿Qué gesto podría dejar conformes ese 0,05% de cristianos liberales que no votaron por ellos, y que tampoco tienen incidencia real?

Finalmente, vale la pena recordar una vez más que el mayor enemigo de la fe cristiana no es la ideología de género, ni las fuerzas progresistas emergentes, sino nuestra ignorancia y falta de conocimiento de Dios. Los creyentes hemos atravesado períodos de oposición cultural aun mayores, y aquí estamos.

Nuestro principal problema tampoco es Piñera, ni la bancada evangélica, sino la falta de profundidad conceptual y nuestro liderazgo inmoral (que es liviano con el pecado propio, pero brutal con el ajeno, que no rinde cuentas a nadie, carente de espiritualidad, que añora las glorias del pasado pero no tiene lo que nuestros pastores y abuelos en el pasado si tenían: una profunda reverencia ante Dios). Demostramos cuán radicalmente equivocados estamos, y ofendemos al Señor, cuando ponemos nuestra esperanza en la clase política, porque Dios sigue siendo Señor de la Historia, y la escritura dice que todas las cosas ayudan a bien para los que aman a Dios. Los evangélicos tenemos poder, pero no ese poder político que muchos idolatran, sino el poder de estar consagrados a Cristo como Señor.

Reclamar por cómo está la política en nuestro país, son lágrimas de cocodrilo sobre la leche derramada. ¿A usted le sorprende de verdad? Son ciegos guías de ciegos. Todo esto es a causa de cómo hemos llevado nuestras iglesias y nuestras familias, por cómo hemos ignorado y satanizado la arena política por muchos años, por nuestro pésimo testimonio cristiano muchas veces.

Lo que tenemos hoy, y lo que tendremos de aquí a cuatro años, es lo que merecemos. La continuidad de la centro derecha en el poder depende de la capacidad que tenga el Presidente Piñera de alinear a su coalición y demostrar que pueden producir las transformaciones que el 55% de los chilenos eligió al votar por su programa. Aunque la coalición política puede fracasar al estar dividida, la iglesia cristiana no puede cometer ese error, y enfrenta el desafío de volverse espiritual y bíblica, o no será relevante.

El liderazgo evangélico sin la generosidad y unanimidad que exige este desafío, y sin la capacidad de llegar a acuerdos y respetarlos, pasará al olvido.

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